lunes, 19 de abril de 2010

Romeo y Julieta inertes por el odio...

Frente a este hecho: ¿qué puede sentir un lector? ¿Tristeza? ¿Enojo? o ¿Solamente amor y ternura? Tendríamos que ponernos a meditar lo suficiente para intentar entender esta tragedia.

La tristeza nos dominaría ante sus muertes: “¡Voy a ti Julieta mía! ¡El viejo mercader no me engaño!...Este veneno obra prontamente...” “Buena y bienhechora daga, aquí tienes mi pecho para que te sirva de funda!...”

El enojo, al ver la hipocresía de Montescos y Capuletos reconciliados ante la tumba de sus hijos: “¡Oh Montesco, hermano mío! Déjame estrechar tu mano en recuerdo de mi hija!...”. “Yo quiero darte más. Quiero que ella reviva y una estatua de oro puro conserve su imagen...”

Amor y ternura por verlos luchar: “…¿Qué pesar nuevo me aguarda para poner a prueba mi valor?...” “Mi buen padre, de rodilla os suplico que os calméis un poco; escuchadme sólo dos palabras…”

También comprender que tanto odio los limitó al dolor de ocultar tanta pasión. La desesperación de vivir su amor en otro plano, porque en su mundo real era prohibido. Entonces nos hacemos otro cuestionamiento. ¿Era necesario ese sacrificio? Seguramente como lectores nos enfrentaremos a una inmensa variedad de respuestas.

En la obra se utiliza el “veneno”, tanto para simular la muerte de Julieta o el utilizado para el suicidio de Romeo. No obstante creo que los destruyó otro “veneno”; el más letal que hay en la tierra: “el odio”. En este caso el odio entre Montescos y Capuletos.

Marina Sanchez - Argentina

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